Historia de una niña que no hablaba con los taxistas.
Casi nunca hablo con los señores
taxistas. Me pongo los audífonos y pienso en mi trabajo, mi vida amorosa, mis
finanzas, en cualquier vaina. Pero no hablo. Salvo para dar alguna indicación.
Mi excusa es que hablo todo el día, que sonrío todo el día, que voy a llegar
donde deba llegar y deberé hablar, sonreír y ser linda otra vez.
Aprovecho ese breve momento de viaje para estar callada. Ayer mi taxi llegó
tarde, estaba un poco perdido, y yo no de tan buen humor. Nunca llamo la
atención, nunca grito, nunca digo nada, demuestro mi incomodidad en silencio.
Buenas tardes, buenas tardes. Lo noté ansioso. Me puse los audífonos dispuesta
a hacerme la loca y comer unos chocolates que había comprado. De reojo lo noté
un poco confundido. Amigo ¿qué ruta va a tomar?, la respuesta fue otra pregunta
¿me puede ayudar?. Obvio, y empecé a indicarle el camino. Tenía acento de la
sierra. ¿No es de Guayaquil, verdad?. Luis, ese es su nombre, me dijo que no
pero que tenía 22 años viviendo en La Perla. Me quité los audífonos y los
guardé. Empecé a conversar, Luis se relajaba. Que tenía dos semanas en este
nuevo trabajo, que la tecnología y él no se llevan, que hoy entregaba el carro
al dueño, que no era tan fácil. Luis tiene dos hijas, la primera de dos años y
una bebé de dos meses. En las semanas que lleva trabajando aún no le pagan.
Alquila el auto y aún no definen la forma de pago. Nunca había taxeado antes,
ni ha tenido un auto propio. Le pregunté cómo sabía manejar, me contó que
cuando empezó su vida laboral alquilaba autos para practicar, afirmó que
aprendió a conducir el primer día que cogió un carro. ¿Qué hacía antes Luis? Era
mesero, betunero, vendía fundas. Los pañales no perdonan un día sin
dinero y decidió meter carpeta en una compañía de taxis. Sin embargo, estas dos
semanas han sido las peores. Los beneficios que le propone la empresa no son
iguales a los que les dice el dueño del vehículo. Los procesos le parecen
difíciles, y no sabía que tenía tickets para la gasolina y cómo no tenía
efectivo le pidió a su jefe, el cuál le gritó y le preguntó si estaba jugando.
Esto pasó justo antes de tomar mi carrera. ‘Nadie me explica, no entiendo y me
gritó, pero no entiendo’. Me preguntó si era profesional y si salía de mi
trabajo, le dije que sí. Me felicitó. Él no terminó el colegio y su papá no lo
apoyó. Quisiera regresar el tiempo. Le explico que hay opciones, que aún puede
terminarlo. Me dice de sus bebés, del tiempo, del trabajo, que ya está viejo.
Cambiamos de tema y le pregunto dónde nació: Riobamba, donde hay cuy. Empezamos
una conversación sobre la comida de la costa y de la sierra. Luis gusta de las
especialidades culinarias de las dos regiones. Me sigue preguntando si está
bien la ruta que está tomando, que lo disculpe, que no conoce. Me cuenta que
siempre ha querido probar la sal prieta, que una vez fue a Manta, y quería
pedir pero tenía miedo que le cobren porque tenía lo justo. Con su esposa
tienen decidido probar la sal prieta. Le digo que es buena, que le va a gustar,
que la acompañe con patacones. Me pide que cambiemos de tema, que no ha
almorzado. ‘Hoy voy a conversar con mi esposa, no puedo seguir aquí, me siento
mal’. Le comento que me alegra que lo consulte con ella, me dice que son un
equipo. Me pide que le explique qué es la puntuación, que le habían dicho que
la tenía baja, y que él sabía que era porque muchas veces pedía ayuda para
llegar pero que no entendía si el pasajero llamaba a la compañía o se pasaban
mensajes. Le explico. Vamos llegando a mi destino. En dos semanas, es la primera vez que converso con un pasajero. Todos
vienen ocupados o miran por la ventana y uno no existe, pero está bien yo
también tengo cosas que pensar, me cuenta Luis. No le quería contar que no
es algo que hago a menudo. Gracias por
conversar conmigo, me dice mientras me bajo del auto. 5 estrellas para Luis, cero para mí por pensar que soy la única que tiene problemas.
Muy buen mensaje.
ResponderEliminarA veces la vida nos sorprende con lecciones, me dieron ganas de abrazar a Luis
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